Queremos despedirnos hoxe, e só durante as vacacións, desta sección co inicio dunha das máis entretidas, interesantes e fermosas novelas de aventuras, "A Illa do Tesouro".
O noso Club Lector, como sabedes, chámase "Os Tusitalas", ese é o nome dos seus membros. E de onde ven esta palabra? - vos preguntaredes
A Illa do Tesouro foi escrita por Robert Louis Stevenson, tamén moi coñecido por novelas como " O extraño caso do doctor Jekyll e o señor Hyde". Stevenson nun momento da sús vida decide vivir as Illas do Pacífico Sur, alí os aborígenes puxéronlle o nome de Tusitala, que na súa lingua significa "o que conta historias".
Aquí tedes o inicio da novela, que esperamos serva para que decidades surcar os mares e busca da Illa do Tesouro. E non pasa nada se no camiño tedes que rifar con algún pirata, ou beber unha copa de ron. Dormiredes na posada do Almirante Benbow, coñeceredes a John Silver, que lle falta unha perna, ou a Billy Bones que no seu cofre garda o mapa da Illa do Tesouro. A viaxe será fermosa, e nunca esqueceredes a trepidante aventura da súa lectura.
PARTE PRIMERA EL
VIEJO BUCANERO
1. El viejo
lobo de mar en la posada del "Almirante Benbow"
Me ha sido imposible rehusar las
repetidas instancias que el caballero Trelawney, el doctor Livesey y otros
muchos señores me han hecho para que escribiese la historia circunstanciada y
completa de la ISLA DEL TESORO. Pongo, pues, manos a la obra, relatándolo
todo, desde el alfa hasta la omega, sin dejarme cosa alguna en el tintero,
exceptuando la determinación geográfica de la isla, y esto sólo porque estoy
convencido de que en ella existe aún un escondido tesoro. Tomo la pluma en el
año de gracia de 17... y retrocedo hasta la época en que mi padre era
propietario de la posada del "Almirante Benbow" y hasta el día en
que por vez primera, vino a alojarse en ella aquel viejo marino de tez curtida
por los elementos, con su grande y visible cicatriz.
Aún lo recuerdo. Llegó a la
puerta de la posada estudiando su aspecto, seguido de su maleta, que alguien
conducía tras el en una carretilla de mano. Era un hombre alto, fuerte, de
pronunciado color moreno avellana. Su trenza o coleta alquitranada caíale sobre
las hombreras de su poco limpia blusa marina. Sus manos callosas y llenas de
marcas, enseñaban las extremidades de unas uñas quebradas y negruzcas;
llevaba en una mejilla aquella cicatriz de sable, sucia y de color blancuzco y
repugnante. Paréceme verlo aún paseando su mirada investigadora en torno del
cobertizo, silbando mientras examina- ba, y prorrumpiendo en seguida en aquella
antigua canción marina que tan a menudo le oí cantar después:
¡Quince hombres en el cofre del muerto,
Yo-jo-jó, y una botella de ron!
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