O pasado 7 de novembro, perdemos a un dos cantantes e poeta máis coñecido e querido por moitas xeracións, Leonard Cohen.
Un dos poetas máis queridos por Leonard Cohen, foi o español Federico García Lorca.
Concedéronlle no ano 2011 o Premio Príncipe de Asturias das Letras, O seu discurso ao recibir o premio foi, quizá, un dos mais fermosos e humildes que poideron escoitarse nestes premios. Aqui tedes este texto verdadeiramente emocionante.
Poderedes lelo e escoitalo no video, pois tiña unha voz moi fermosa.
Un dos poetas máis queridos por Leonard Cohen, foi o español Federico García Lorca.
Concedéronlle no ano 2011 o Premio Príncipe de Asturias das Letras, O seu discurso ao recibir o premio foi, quizá, un dos mais fermosos e humildes que poideron escoitarse nestes premios. Aqui tedes este texto verdadeiramente emocionante.
Poderedes lelo e escoitalo no video, pois tiña unha voz moi fermosa.
Majestad,
Altezas,
Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades,
Miembros del Jurado,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores,
Es un gran honor estar aquí ante ustedes
esta noche. Quizás, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a
estar ante un público sin orquesta tras de mí, pero lo haré lo mejor que pueda
como artista en solitario hoy.
Anoche me quedé en vela, pensando qué podía
decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme
todas las chocolatinas, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas
palabras. No creo que tenga que hacer referencia a ellas. Obviamente, estoy muy
emocionado por ser reconocido por la Fundación. Pero he venido aquí esta
noche para expresar otra dimensión de mi gratitud; creo que puedo hacerlo
en tres o cuatro minutos y voy a intentarlo.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los
Ángeles, tenía cierta sensación de inquietud porque siempre he sentido cierta
ambigüedad sobre un premio a la poesía. La poesía viene de un lugar que
nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán
al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera
de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo.
Mientras hacía el equipaje, cogí mi
guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la
calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años.
La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy
ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente
diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca
llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer
día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: «Eres un hombre viejo y
no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde
surgió esta fragancia». Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la
tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre
no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y
confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando
era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas
ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz.
Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca,
comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería
a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz,
es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha
por su propia existencia.Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa
voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos
gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos
espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la
dignidad y de la belleza.
Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía
el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la
historia de cómo conseguí mi canción.
Porque era un guitarrista mediocre,
aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis
amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me
vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba
de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en
el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes
tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia,
y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba
rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo
tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y
sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que
le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le
pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo
podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió
a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde
las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.
Vino a casa de mi madre al día siguiente y
dijo: «Déjame oírte tocar algo». Yo intenté tocar algo, y él dijo: «No
tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». Yo le dije: «No, la verdad es que no
sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está
desafinada», dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: «No es una mala
guitarra». No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y
dijo: «Toca ahora». No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: «Deja que te enseñe algunos
acordes». Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo
jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: «Ahora
hazlo tú». Yo respondí: «No hay duda alguna de que no sé hacerlo». Y él dijo:
«Déjame que ponga tus dedos en los trastes», y lo hizo «y ahora toca», volvió a
decir. Fue un desastre. «Volveré mañana», me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos
en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez
con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas
canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de
alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía
coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los
sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo
tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por
teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había
quitado la vida, que se había suicidado.
Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía
de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal,
porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No
tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste,
evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había
contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra
han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán
comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi
trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de
bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.
Y, por tanto, les agradezco enormemente
esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya,
y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página.
Muchas gracias, señoras y señores.
Aquí o tedes subtitulado en español:
E agora, non pode faltar unha canción dun poema de Lorca:
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